Fue hacia la fuente de las manzanas y
cogió una al azar, llevándosela a la boca para morderla. Se detuvo justo en el
último instante y la observó detenidamente. Se había acostumbrado a aquello, a
coger lo que necesitaba, o simplemente lo que le apetecía. Contempló la fruta
en su mano, brillante y perfecta, de un rojo tan intenso como los cabellos de
Emu. Cerró los ojos y se la llevó a la nariz, aspirando el aroma dulce.
Durante
gran parte de su vida la fruta había sido algo reservado para la clase alta,
para los privilegiados. Los esclavos no la comían, y escasas habían sido las
ocasiones en las que la había probado. Después… Después el mundo cambió, pero
no su situación. Hylissa había pasado hambre muchas veces. Hambre de verdad. Y
ahora era la primera vez que comía lo que deseaba solo por el placer de
hacerlo. Y era la fruta lo que más había añorado. Desde los tiempos en que
miraba a escondidas como los señores la comían o la despreciaban sentados a la
mesa, dándoles las sobras a los perros, mientras ella se alimentaba de pan seco
como el resto de los siervos.
Pero
esos eran otros tiempos. El hambre y muchas otras cosas habían quedado atrás. Y
se comería aquella manzana como si fuese la última, como hacía con todo lo
demás.